Cesárea regresa al módulo dubitativa y cariacontecida. Sin embargo, cuando cruza el umbral del portón endereza su cerviz y alegra su expresión. No, no quiere que sus compis la vean en este estado. No desea que nadie perciba su fracaso. Ni siquiera su compañera de celda. Bastante traumatizada está como para regar la voz por el patio.
De inmediato la abordan desde los diferentes ángulos. Como sanguijuelas en busca de sangre, las compis tratan de sonsacar la información necesaria para su supervivencia emocional. Las cautiva con mentirijillas que a nadie dañan y que a muchas contentan. Así llega hasta la mesa donde se encuentra Elisabeth María descansando durante el cierre de tarde del economato. Ésta la saluda efusivamente y le pregunta sobre su vis. La brasileña le da buenas razones al respecto, razones que no convencen a la colombiana. Sin embargo, no las cuestiona; ya le contará si lo desea. La carioca ve un abultado sobre en la mesa.
-¿Y esa carta?, es muito grande –le pregunta con sorpresa.
Elisabeth María se echa a reír.
-Ay mijita, llevo toda la tarde cagadita de la risa con tremenda carta que se ha gastado el Filetes. Me cuenta una historia que aún no me la puedo creer, algo que ha sucedido en un módulo de manes, no sé si en el suyo u en otro.
-Fale, fale, cuénteme, garota –insiste con interés la brasileña.
Y la colombiana le relata una nueva historia taleguera.