A una hembra de un 1,75 de altura, de larga cabellera arrubiada, ojos inmensos de color canela, labios hinchados por alguna pasada inyección de botox y que aún se conservaban abultados después de seis meses de detención, unas tremendas tetas que pedían a gritos salir de su diminuto sujetador, un culo respingón provocador desde un primer momento de pensamientos más que desviados entre gran parte de los presentes, y unas largas piernas enfundadas junto al trasero en unos vaqueros que de seguro exigieron la ayuda de un calzador para acceder a su interior. Y de esta guisa la July entró en el módulo con un par, y sin amedrentarse lo más mínimo al ser observada, muy al contrario, su ego se vio enardecido, por lo que comenzó a pasear su tremendo esqueleto bamboleante por el patio.
Y no había llegado a un módulo cualquiera, no. Se trataba de uno de los de cumplimiento, pero de los de cumplimiento de los ruinas y de los de largas condenas. Y ella, conocedora de estas casas, lo sabía, y eso la hacia sentir cómoda. No era proclive a los niñatos imberbes ni a los novatos desconocedores de los pormenores y tejemanejes propios de los patios.
No llevaba aún unos minutos caminando, cuando un par de compis le entraron con el pretexto de pedirle un truja. Ella no fumaba, pero la barrera se había roto y de la singularidad inicial se pasó a un trío deambulante. Al cabo de dos horas de patiear, el trío se había convertido en docena, y ella, divina como reinona que era, caminaba en la mitad del grupo dando respuestas a todas las incógnitas que suscitaba. Y entre los concurrentes más de uno le ofreció un lugar en su celda donde compartir a pachas los largos días de condena. A todos estos desinteresados mecenas, les respondía con una exuberante sonrisa y buenas palabras, sin compromiso alguno.
Después de la comida se acercó a la garita de funcionarios para que le indicaran el chabolo que habría de ocupar. Ante su sorpresa, una cola de varios internos esperaba hablar con los funcionarios brindando un lugar en la celda a la recién llegada. A través del grueso vidrio se oían con claridad las carcajadas de los de azul ante el espectáculo formado frente a su garita.