Por fin decidieron que ocupara la celda 24, la de un anciano cubano residente en el centro desde hacia doce años y conocido en toda la cárcel con el sobrenombre del Papi. Había entrado por un delito de narcotráfico, además de lo cual, descubrieron al cabo de los años, en un cacheo de su celda, un zulo con infinidad de dosis de caballo, farlopa y chocolate. Se le juzgó por este hecho y fue condenado a otros doce años, que sumados a los nueve ya acumulados en un principio, se le convirtieron en una eternidad. Con este septuagenario compañero de seguro que no correría peligro la niña.
Lo que no calibraron los funcionarios fue la expectación que provocó la llegada de la July al módulo; se trataba de una mujer entre 130 hombres. Estaba de tan buen ver, recordaba tan poco al que en su día fue y los muchachos se encontraban tan necesitados de una hembra, que la puja y la lucha por poseerla, ser su pareja, o simplemente, lograr por un instante sus favores, se convirtió con el pasar de los días, qué digo, de las horas, en una cuestión de orgullo, de dominio y de necesidad perentoria.
La cortejaron muchos, se realizaron apuestas que controlaba el economatero de a ver quién, y al cabo de varias jornadas y sintiendo la presión crecer, fue ella la que tomó la iniciativa, para lo que dejó caer, que en breves días se decantaría por uno u otro. Eso calmó los ánimos, aunque solo en parte, ya que las pasiones andaban desatadas. Los mismos funcionarios, y presintiendo el hervidero de lujuria que se cocía en el patio, se dieron un breve tiempo antes de pedir para ella un cambio de módulo o de centro.
La July se sintió responsable de la situación, ya que no era la primera vez que le ocurría ni sería la última, es más, casi en cada ocasión pasaba por idéntico trance. Comenzó a analizar con meditado cálculo las opciones existentes y después de mucho cavilar, la duda se barajaba entre dos, los dos principales kies del patio.