Se emociona como hace tiempo que no le ocurre. Llora al ver los gurruños de Marta Patricia; sorbe y vuelve a llorar al contemplar el, te quiero, en diminutos garabatos de Rubén José. Se encuentran bien, pero sufren por ella, por la injusticia de lo ocurrido. Su mamá había ido a pedir explicaciones a John Jairo y el bacán se desentendió del tema diciendo que él no sabía nada, que lo de la droga tuvo que ser una vaina de Elisabeth María, que él solo se preocupó del bienestar de la familia. Pero para que viera su buena voluntad contribuiría con 3.000$ dólares al pago del abogado de su hija en España. Con esto y algo más que su mami ha recolectado entre amigos y vecinos, reúnen un dinero suficiente para contratar un abogado en España. A través del consulado de Colombia en Madrid estaban haciendo las gestiones a tal efecto.
Elisabeth María no deja de llorar toda la tarde. Cuando después de la cena suben de nuevo al chabolo, las palabras de sus amigas y de su compañera le han vuelto a la realidad y se calma. Entonces recuerda que en su bolsillo tiene aún una carta sin leer. Otra del niño, seguro; a ver que me dice ahora. Pero no, en esta ocasión no es del Filetes y como llega sin sello, únicamente con los datos y el consabido, de módulo a módulo, que siempre aparece en la esquina superior derecha, sabe a ciencia cierta que se trata de un pendejo de alguno de los módulos de hombres.
Así es. Un tal Regismundo Ortega del módulo 6 le remite la carta. Pero quién coño es este Regis… no sé que verga más. Abre y lee. Bueno, el Filetes es un Gabriel García Márquez comparado con este man que apenas sabe escribir y que ya, así de primeras, le dice que la quiere, que la ha visto caminando y que desea ser su pareja.