Ese mediodía se reúnen las de siempre alrededor de la mesa. Cada una se sienta frente a su bandeja y, entre cucharada y cucharada, le dan al palique. Cesárea les cuenta los pormenores de la última clase en el Sociocultural, de las nuevas parejas que se han formado entre dos españolas de su curso y dos mendas que asisten a un curso de no sabe qué. Es lo llamativo de los amores en prisión, de lo infantil de su proceder y más cercano a la época de juventud que a la forma de actuar de los adultos en libertad.
En esas se encuentra cuando Elisabeth María toma asiento junto a ellas.
-Estoy del office hasta el…, bueno, mejor me callo. Todos los días hay alguna vaina, alguna que no está conforme, otra que quiere que le cambie lo uno por lo otro, y así...ay, mi Diosito, que jarta estoy.
Cesárea continúa con su conversación sobre las relaciones surgidas a raíz del curso, cuando la colombiana paisa que hasta ese momento no había abierto la boca, interrumpe a la brasileña para decir:
-Pues, ya que estáis hablando de parejas, os tengo que decir que me mudo.
Las otras dejan las cucharas plásticas sobre el plato, la miran y Elisabeth María le dirige la palabra sonriendo:
-Pero, pero, ¿adónde carajo se va a mudar usted, al Pueblo?
Todas sueltan la carcajada. El Pueblo es para ellas su país de origen, su Colombia querida, donde todas quieren estar, en estos momentos, claro está.