Preguntan a los circundantes el motivo de la algarabía, pero nadie dice nada, nadie sabe nada, ni siquiera los dos afectados. Hablan entre sí y después de arduas deliberaciones, el de azul conmina al Filetes a seguirlo, mientras ella hace lo propio con Elisabeth María. El grupo de cuatro abandona el recinto cultural y dirige sus pasos por los pasillos exteriores en dirección al módulo de Aislamiento.
Ambos contendientes se miran de cuando en cuando, el Filetes volteando su cabeza hacia atrás, donde la colombiana sigue a su Funcionaria. Sus miradas se cruzan, pero ya no hay rabia en ellas, solo dudas y tristeza.
Llegan a Aislamiento. El Funcionario golpea con su llave la cancela del lugar. La puerta se desliza de lado. El grupo entra al primer recinto. A sus espaldas la puerta vuelve a cerrarse. La del frente se abre a su vez. Ahora penetran al sancta sanctorum de los miedos y dudas de cualquier interno, al cuarto de las ratas de cualquier hogar, al pozo que nadie quiere bajar. Un silencio pesado cae sobre ellos. Solo los saludos que se cruzan los Funcionarios recién llegados y los de dentro cortan el silencio apelmazado. Unos cuantos chistes, la típica pregunta de portera curiosa: “Y estos, ¿qué han armado?”, y vuelta al diálogo monótono al que los castigados apenas prestan atención.
El Filetes ya conoce el Chopano y está preparado para el aislamiento, aunque de muy mala gana. Elisabeth María, sin embargo, se encuentra empequeñecida, diminuta, ante esta catedral afónica, esperpéntica. Él la mira de lado con gesto de culpabilidad. Está asimilando el por qué de la situación, de la reacción de ella: por bocas, por bocazas, por fardón. Ella no desvía la mirada del frente, impresionada e hipnotizada como se encuentra por la magia oscura del lugar.