Puede ver a su madre ocupándose de sus hijos, de Rubén José, enredando por todas partes, intranquilo, y dándole a su abuela más problemas de lo debido. Y a Marta Patricia, preguntando por su mamita, sin entender que lleve tanto tiempo sin dar señales de vida. También ve a su mamá más avejentada de lo habitual. No es tarea sencilla para una persona mayor mantener sola un hogar con dos nietos y una mísera pensión de viudez, agravado todo ello por el problema de tener que recaudar fondos a fin de pagar los honorarios del abogado en España.
No puede contenerse. Arranca de nuevo a llorar. Y cuanto más percibe su entorno mayor es su ansía de sollozar. Mirando en derredor todo lo que observa es fantasmal, vacío, sin contenido. Necesita comunicarse con alguien, oír una voz, transmitir sus sensaciones más allá de esas paredes limpias de vida.
Se aparta de la ventana, y aún con el bolígrafo y el papelucho en la mano, se va a sentar frente a la mesa de hormigón. Escribirá al Filetes. Lo necesita. Las últimas miradas que le lanzó daban a entender a las claras que reconocía su error. Además, por mucha rabia que ella tenga, en el fondo no deja de pensar en él; es su único soporte en este mundo irreal y, en este momento, lo necesita más que el comer.