El subidón de testosterona le lleva al paroxismo, mientras emite un bramido descomunal y su mano se aferra con desesperación a un miembro que a golpe de espasmos comienza a perder intensidad, fuerza y tamaño. Permanece un largo rato estático, mirando entre los barrotes el atardecer, aunque sin percibirlo en toda su intensidad. Después retrocede y sin acudir al lavabo ni al papel higiénico, se deja caer sobre le colchón, extenuado. Al momento comienza a roncar. Definitivamente ha perdido el contacto con la realidad. Duerme.
Elisabeth María termina de rellenar la nota. Vuelve a utilizar los bordes, dobleces, anverso, reverso y hasta el menor resquicio del papel para plasmar todos sus sentimientos, su arrepentimiento y su esperanza. Después de esta tarde su percepción de las cosas ha cambiado. Ha ocultado su orgullo en lo más recóndito de su consciente y ha liberado su personalidad real, la afectiva, la amorosa, la de entrega. Está sola, alejada de sus seres queridos por miles de kilómetros, y solo cuenta con el cariño de este animal, sí, animal, pero que intuye de un fondo mucho más sensible que su rudo proceder habitual, de ese kie que aparenta demostrar ser.
Esta tarde entregará su nota que sabe llegará a su amor en el lapso de unos momentos, aunque la respuesta no la reciba hasta la mañana siguiente. Se acuesta nada más pasado el recuento, ya que aún no ha conseguido una miserable revistica de esas que acá llaman del corazón, una de esas como la Cromos de Colombia que tanto le gustan. Para pasar el tiempo, la berraquera, ya que todos los famosos salen allá con sus mejores galas, tan buenos mozos ellos, tan bacanas ellas…, todos divinos. Ay, como le hubiera gustado a ella pertenecer a esa clase de divinos que se pasean por todas las fiestas, viajan en primera y rumbean por todo el mundo como si tuvieran contactos a diestro y siniestro.