Sus compañeras se han acercado durante toda la jornada a felicitarla por su regreso, pero ella no se encuentra receptiva. Además, más de una se frotará las manos sabiendo que la cabrona de la colombiana ha perdido todos sus privilegios. Las rencillas y envidias están a la orden del día en este espacio, y el que una encumbrada caiga en desgracia, en especial, siendo una sudaca, alegra el alma de muchas españolas, y porque no, también de otras tantas suramericanas. Lo ve en el resplandor de los ojos de sus compis, en el destello de su mirada satisfecha cuando se acercan a felicitarla: ahora te jodes, zorra, tú que ibas de reinona, cabrona, le dicen sin palabras. Aquí no hay amigas, salvo alguna, sino contrincantes siempre dispuestas a desollarte viva, sigue meditando.
El Filetes pasa al módulo al cuarto día. En otro momento lo hubieran cambiado de módulo nada más salir de aislamiento, pero como la movida no tuvo lugar con un compi, sino con una piba, lo mantienen en el mismo que dejó hace días. Los compañeros lo reciben con algarabía. De inmediato se forma un corrillo a su alrededor para que cuente su experiencia. Y el corillo se abre y forma un gran grupo que empieza a caminar en redondo por el patio mientras escuchan las últimas del chopano. Así llevan un rato deambulando por el patio, cuando un funcionario irrumpe en él y señala con el dedo al Filetes. Los compis lo ponen sobre aviso y éste abandona el grupo en dirección al de azul. Ambos se adentran en la sala.
En la entrada del módulo se encuentra frente a Ciriaco, el jefe de servicios, el cabrón que le debe muchas pero que también lo puede joder a él, diminuto peón en este tablero de ajedrez penitenciario.