Anselmo, leonés de origen pero radicado en Madrid desde su infancia, es compañero de patio del Filetes. Lleva el destino del economato central y es considerado por el resto de los internos como un compi serio. A la hora de comer de ese martes llega con un careto propio de cabreo taleguero, de que algo se ha torcido durante la mañana. Nada más colocarse en la cola del office, el Filetes se percata de ello, por lo que lo saluda pero se abstiene de realizar cualquier tipo de comentario. Comparten mesa; ya se soltará entre cucharada y cucharada.
Y así ocurre. Los tres de la mesa se encuentran en pleno atracón, hoy es día de cocido y las viandas están de buen comer, cuando el Anselmo se sienta junta a ellos dando un bandejazo que apaga las voces del resto. Parte de la sopa con fideos salta sobre la mesa y alguna camisa de lo comensales, y muchos garibolos ruedan por el suelo. Las miradas se vuelven hacia él, incluida la del funcionario que vigila el servicio de comida. Sin embargo, ante la ausencia de incidentes, gira su cabeza y continúa con el control del office.
El Filetes y el resto continúan con la comida a la espera que el recién llegado los ponga al tanto. En prisión cualquier incidente es un acontecimiento y ante la falta de contacto con el mundo exterior, los sucesos mundanos adquieren aquí el carácter de notición.
-Joder, tíos, perdonad, pero es que vengo calentito del vis a vis.
-Es verdad, tronco, que hoy tenías el íntimo con la parienta. ¿Cómo ruló el tema? –pregunta uno de los compis de la mesa.
-No, no, con la parienta de puta madre. Nos lo montamos de a buten. Mira si fue de a buti, que me ha marcado el cuello como una vampira –suelta risueño mientras aparta el cuello de su camisa negra de poliéster para dejar a la vista el gran chupetón entre amarronado y morado. Endereza su cabeza orgulloso. Hasta el cabreo parece haber desaparecido de su faz.