-Oye colega, yo te dejo que hablas aquí con él, pero nada de hostias ni movidas porque me jodes el rollo con los funcionarios, y estos jichos son capaces de quitarme el economato.
-Tranqui, tranqui, compi, que si no se pone farruco, le dejo las cosas claras y au, nos piramos. Tú lo único que tienes que hacer cuando abras las ventanuca, es decirle a alguno del módulo que lo manden llamar, y cuando llegue, pedirle que entre en el economato para hablar con él. Como tiene el destino de comunicaciones los funcionarios lo dejarán salir sin rechistar –le explica conciliador el Anselmo, aunque con sus verdaderas intenciones caníbales tapadas entre su corazón y su pensamiento.
-Bueno, ¿y si el Herminio se pone farruco? Ándate con ojo Anselmo, que lo conozco algo y no es ningún mindundi. Que ha venido de cunda desde el Puerto, y tú sabes como las gastan en ese penal -responde preocupado el Pedro.
-Bueno, Pedro, déjate de hostias, ¿me echas un cable o te rajas? Tú sabrás lo que haces.
El otro asiente cabizbajo mientras se acerca a la ventanilla cerrada. Ya no sonríe como al comienzo; se le a atragantado la visita. Corre los cerrojos del batiente metálico y lo abre. Varias jetas se asoman de inmediato al hueco de la pared.
-Ese Pedro, joder, compi, que ya era hora que abrieses. A ver, dale un cafés aquí a este menda y te pago ahora que me paguen el peculio –suelta uno, que ya más parece cadáver que vivo, carente de dientes y carnes.
-A esperarse todos, coño, que no soy vuestra madre, me cago en D… Buscadme al Herminio, que tengo que hablar con el menda -gritó el economatero forzado por las circunstancias.