El negocio crecía a paso de gigante para alguien de piernas menguadas y diminuta zancada. Pero su habilidad para el manejo de la mercancía, de la gente y de los dineros lo catapultaba a un estatus nunca imaginado por él. No obstante, con el crecimiento también surgieron los problemas de cobranzas remolonas, excesivas compras de producto, su distribución y el control de todo ello. Si deseaba seguir creciendo debía crear otra estructura solo o en compañía de nuevos compañeros de viaje.
Esto lo impulsó a asociarse a dos valores emergentes del momento: Rogelio y Salustiano, dos personajes que, al igual a él, controlaban diferentes puntos de venta de la droga. Uno de ellos, el de los bares de copas y discotecas. El otro, parte del marrullero mundo de los gimnasios. Como colofón a dicha unión no podía faltarles un nombre singular, que a partir de ese momento no dejaría de extenderse con rapidez por las calles: los Florida.
El grupo percibió de inmediato que un nuevo producto se introducía gradualmente en la noche: la cocaína. Hacía furor y se vendía con suma facilidad y ello a pesar de su elevado precio. Robus lo utilizaba desde bastante tiempo atrás en sus fiestas privadas de apartamento y como carnada a las zorrillas de las discos. Tomaron las riendas y el control de la farlopa en la capital. En unos años se convertiría en el elixir de la eterna parranda. Se forraron. Sánchez pasó a un tercer plano, la heroína apenas se movía y la organización se zambulló en la distribución del polvo blanco.
Fue por esas fechas cuando Robustiano llegó a un acuerdo con un antiguo cliente suyo y propietario de uno de los gimnasios más concurridos por los porteros de los garitos. A pesar de ello, Jaime, así llamado el moroso, andaba remoloneando los pagos al Robus. Como aún quedaban cuentas pendientes de épocas pasadas, Robustiano decidió entrar como socio capitalista en el negocio; Jaime lo seguiría dirigiendo, valiéndose de su conocimiento y sus contactos y manteniendo la mitad de las acciones. Los otros dos socios del Robus, se abstuvieron de entrar en un negocio de poca monta y que sólo tenía que ver con el Robustiano y sus deudas de antes.
Gracias a los tejemanejes del Robus y de Jaime, el gimnasio se puso de moda entre los machacas de las pesas y los vanidosos del espejo. Entraban dineros a raudales que el joven dejaba acumular; su negocio de los polvos nasales le daba más que suficiente para llevar vida de sátrapa. Lo del gimnasio no dejaba de ser más que una diversión y otro modo de encontrar ganado para llevar a su escondite. No así para Jaime, su único forma de vida y que malgastaba en vicio de polvo y en polvos. Siempre vivía a ras, ordeñando la caja hasta secarla y entonces, sus largas falanges tomaban lo que a ambos pertenecía. La natural agudeza de Robustiano lo alertó acerca de lo que su socio de pesas llevaba entre zarpas, pero por el momento no deseaba tomar decisiones drásticas; mientras el negocio dejara beneficios y él disfrutara de sus instalaciones... ya tendría tiempo de apretar las tuercas. Todo en su momento.